viernes, octubre 16, 2009

Asuntos de mierda

A continuación os corto y pego el relato, primero de un gran amigo, y segundo de un gran escritor y periodista.
Y encima a la vez es el protagonista de las tiras del reportero feroz, así podréis comprobar su vida inquieta y que los guiones de las tiras salen por si solos.
Relato publicado en el periódico "TRAFALGAR" en Octubre de 2009. Disfruten.

PLIEGO DE DESCARGO POR MULTA EN ZONA DE CARGA Y DESCARGA:



Yo, x, con dni x, y domiciliado en x, he sido multado por la policía local en una zona de carga y descarga, cuya señal era perfectamente visible. Aún reconociendo la infracción, y aceptándola, deseo mostrar la emergencia de mi estacionamiento en la zona, para que usted, con mayor criterio, decida.
A la altura de la zona de Polanco dirección Vejer, mis tripas me avisaron de pésimos augurios. Rápidamente, pensé en alternativas para el futuro desastre, pero en la cuneta, imposible. Mi hijo pequeño estaba en el vehículo, no podía dejarlo solo, tampoco era plan de que me acompañase en el menester. Respecto a áreas de servicio o gasolineras, hubiera hecho el ridículo andando como si estuviese haciendo la Marathón de San Francisco. Además, la agencia de meteorología anunciaba truenos que provocarían el pánico entre otros usuarios separados por una placa de pladur. Única alternativa posible: apretar los dientes, recurrir al ZEN, respirar lenta y profundamente y encomendarme al patrón de los imposibles. En esos instantes, uno pretende robar segundos a las centésimas de segundo, y de repente, Einstein nos recuerda que el tiempo, efectivamente, puede pasar mucho más lento según la relatividad de lo urgente. O sea, cuanto más nos acercamos a la velocidad de la luz, más crece la masa. Y “la masa” iba creciendo. Sólo me faltaba ponerme verde.

A la altura de El Colorado, yo parecía la niña del exorcista pero con barbas, hasta llegar a la risa histérica, pero mi esfínter, por ahora, mostraba las señales de fortaleza de no haber sido invitado a relajarse desde fuera. Intentaba distraer la mente pensando en otras cosas, y a veces, conseguía que el intestino grueso me diera cuartelillo, pero luego, la virulencia de los movimientos peristálticos, hacía que la alarma de guerra química saltase hasta en el salpicadero de mi viejísimo Peugeot.
Llego al toro de Osborne. Ya me veo licenciado en prácticas de escatología. Jamás iba a pensar que me alegraría tanto al ver los aerogeneradores y las placas solares. La risa nerviosa, incluyendo carcajadas, me llevó a derrapar considerablemente en la rotonda de la Venta Los Olivos. Miraba de reojo la cartulina de la radiografía que llevaba en el asiento de la derecha, por si acaso me servía de utilidad ante un siniestro total. Al menos, el asiento se salvaría.

Penúltima curva. Al ver aparecer Vejer de repente, las ganas de evacuar consultas se multiplicaban, ante la cercanía del trono. Dejo al niño en el colegio, y encima el jodío se tomó su tiempo para quitarse el cinturón y recoger la maleta. Lo hizo en cámara lenta. Parecía que lo hacía a propósito. “Shikiyo, vete yá” . Cuando oí que cerraba la puerta, al borde de la histeria, salgo disparado hacia la calle de la fuente. Frías gotas de sudor coronaban mi mente mientras las contracciones eran cada vez más frecuentes. Conclusión: el “alumbramiento” sería una realidad en cuestión de segundos. Y, como siempre, hizo acto de presencia el gafe. ¿Porqué, joder, siempre a mí? Una furgoneta cargada hasta los mochos, y los dueños descargando. El chaval me hizo una señal como diciendo “espera”. Yo, me imaginaba un solo minuto, sentado, sin hacer nada, y volvía a mirar el sobre de la radiografía, con el rostro desencajado. Pero, como gallina caprichosa, pensé: “No, tú no vas a poner el huevo aquí”. Di marcha atrás, que también tiene delito, y aparqué en un sitio, donde había una señal de carga y descarga nueva, puesta hace dos meses. Evidentemente, mis circunstancias fisiológicas personales me impidieron realizar una vista preliminar y concienzuda. Salí corriendo, rezando para no encontrarme con ningún conocido que me diese conversación, porque si me quedo quieto, me vuelvo contorsionista. Aunque lo peor fue bajar los escalones de la calle de Jesús, agarrao a la barandilla, despacito, de puntillas, cualquier movimiento en falso y a la mierda. Tardé como diez minutos. Y mira que tenía prisa.

Al borde del abismo, abrí la puerta como pude, en plan GEO, y tras rachear en el pasillo, tiré las llaves contra la pared, como los dibujos manga, solté la jodida cartulina de la radiografía, y como si del final de la cuenta atrás se tratase, la madre natura supo otorgar su dudoso premio relajando no sólo el sufrido esfínter, sino una tensión de más de media hora. Exactitud suíza. Se desataron los infiernos. Una vez enjugado el sudor, apagados esos ecos retumbantes, recuperado el pulso y tras dulcificar el salón con un spray, subí de nuevo a recuperar mi coche. Imaginen la cara que puse cuando me lo encontré con un peazo de multa en el parabrisas, que con la crisis, a mí me pareció impresa en un papel A-4, compulsado, con fotocopia y en 3-D. Y volviendo al texto oficial:

A mi favor, Expongo:
1: Esa señal de carga y descarga es nueva, y yo la desconocía.
2: Un sufrimiento de esa índole es inevitable. Pónganse en mi lugar.
3: Aparqué en zona de carga y descarga, de acuerdo. Pero yo iba a descargar, aunque no podía hacerlo en plena Plaza de España, para lo que acudí al abrigo de mi hogar. Se tarda su tiempo, no crean.
En mi contra, expongo:
1: No es bueno comer pinchitos en adobo de pimiento picante y mezclarlo con croquetas de pollo. (Es cierto)
2: La próxima vez me multarán por evacuar consultas en la vía pública.
3: No haber sido lo bastante rápido para colocar un mensaje de emergencia en el salpicadero. Y aunque hubiera tenido tiempo ¿cómo lo redacto?

Y vayamos ya al grano:
Tan sólo la gente que me conoce bien, o los que leen estos pobres artículos, saben si lo que he contado es real o fruto de mi calenturienta imaginación. Pero, esta vez, quiero romper una lanza por la policía local, y no es cuestión de peloteo, no me malinterpreten.
Ya, de por sí, poner una multa debe ser difícil. Se trata de un castigo. Para ambas partes. Y más en un ambiente local, porque fijo que te vas a encontrar mañana con el individuo, o al revés. El cumplimiento del deber, y la diplomacia, chocan a veces, aunque el ciudadano, debería dar más muestras de colaboración. Nuestros guardias, no sólo ejercen acción represiva. Están para ayudarnos. Ellos mismos se ven en graves compromisos cuando han de multar, y debemos comprenderlos. Si todos ponemos de nuestra parte, somos menos cómodos, y andamos un poquito más, nos iría muchísimo mejor. Aparca donde puedas, pero aparca bien. Y lo dijo desde la parte más jodida de la historia, porque es imposible tener más mala suerte.
Y como siempre, para terminar, la moraleja. Si son gafes, les dedico una frase: “Hay que joderse”. Se lo dice un catedrático.

Ariza.

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